Juan Antonio Guerrero Cañongo.

25 enero 2008

¡Hoy terminé la universidad!*

¡Hoy fué mi último día de exámenes!
Después de haber concluido mis notas en la copia que el profesor nos asignó para volcar nuestros conocimientos de los meses que han pasado, me levanto del pupitre, sonrío al médico y me despido amigablemente, él me dice: "Sé que vas a tener diez, como siempre". Me sonrojo y me retiro con la cabeza agachada.
No entiendo por qué me pasa esto, ¡es mi último exámen de medicina! Ahora ya soy pasante de esa profesión, sólo me resta hacer mis prácticas y todos me dirán respetuosamente "Doctora".
Soy feliz, nunca antes alguien en mi familia había sido profesionista, soy la primera. Aunque mis padres tuvieron muchas carencias para darme estudios, ya he terminado la universidad, cuando llegue a mi casa ellos me recibirán con un amplia sonrisa, mi madre me ofrecerá de cenar y me sentaré con mi padre a escuchar sus historias, me urge llegar a mi hogar, quiero estar con ellos.
Recuerdo que debo preguntar a qué hora tomarán la foto de generación, es mañana y no me gustaría perdérmela, quiero que mis padres la coloquen en la sala, que presuman a sus amigos por mi triunfo... mi triunfo, su triunfo.
Se acerca Rosa y me dice que no me olvide que la cita es a las once de la mañana, le agradezco casí gritando y ella me toca el hombro, me mira de una forma extraña, como si fuera la última vez que lo hiciera.
Me voy de la universidad. Camino, como siempre mis pasos se dirigen al centro de la ciudad para esperar el transporte público, ese que me ha llevado y traído durante más de cuatro años.
He llegado, espero el cambio de luz del semaforo en una esquina para pasar, nada fuera de lo común, gente que viene y va, ruido y murmullos inentendibles. De pronto siento un golpe, sólo un golpe...
Estoy sentada, no entiendo por qué, la gente grita, llora una señora regordeta, escucho a alguien decir: "agarren al chofer, no lo dejen ir", no entiendo lo que pasa, no puedo moverme, no puedo hablar...
Veo abajo de mi un gran charco de sangre, no entiendo, ¿quién está perdiendo sangre? Todos siguen gritando, un joven se acerca, se sonríe nerviosamente, me dice "pronto llegará la ambulancia, por favor no te vayas", ¿a dónde voy a ir? ¡sólo quiero estar en mi casa!. Una lagrima rueda por mi mejilla, ahora entiendo, un microbus me ha arrollado en su loco correr por ganarle al tiempo... mi tiempo, ya deseaba estar con mi familia, reír con mis padres...
Todo obscuro, voces a lo lejos... voces... voces...
Al otro día todos están consternados, dicen que me he ido, no entiendo donde estoy, no me veo, sólo observo a mis compañeros llorando, pidiendo una semana más al fotografo...
Alguien me llama, me dice que los deje, tengo que irme. Le pido una oportunidad para quedarme aqui, quiero ser médico, quiero ayudar a las personas... quiero ayudar a las personas... Él me dice: "sólo una semana".
Los días que pasan son absurdos para mi, no los entiendo, flores, llantos, mis padres llorando, mis compañeros llorando... un ataúd, rezos, velas... todo confuso.
El día para tomarnos la foto llega, ¿por qué han puesto una silla vacía en medio? Yo estoy aquí, quiero aparecer en la foto con mis compañeros, ya soy médico...
Alguien toca mi hombro, me dice que es la hora, lo miro resignada... me voy.
¿Por qué me paso esto el día en que terminé la universidad?

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* Cuento, parte del libro "cuentos absurdos", que estoy escribiendo para una editorial local. La historia fué verídica, una estudiante de medicina arrollada por un microbus hace cuatro años, compañera de alguien muy querido por mi.

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